Revue Romane, Bind 22 (1987) 1

Luis Gil Fernández: Estudios de humanismo y tradición clásica. Editorial de la Universidad Complutense, Madrid, 1984.

Ma Berta Pallares de R. Arias

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En las 370 páginas de este volumen ofrece el autor un manojo de trabajos que han aparecido
en diversas revistas de la especialidad y que han sido escritos, según palabras de su autor, en
"este último decenio".

Como el mismo autor señala los "sparsa collecta" pueden adolecer de dos grandes defectos: la heterogeneidad temática y la reiteración. Pero esta vez ninguno de ellos se ha filtrado por ningún resquicio ya que por un lado la idea de agruparlos bajo el título de "Estudios de humanismo y tradición clásica" hace que tengan un natural denominador común, y de otro lado la disposición de los trabajos en cuatro unidades mayores mantiene la coherencia necesaria.

Es evidente que un libro de este tipo será leído desde distintos puntos de interés y desde diversos ángulos según las necesidades y la especialidad de cada lector. Pero el autor puede estar seguro de que queda bien cumplido su deseo de que tanto el hispanista como el filólogo clásico puedan "completar con esta obra la visión sociológica de nuestro humanismo", tema al que Luis Gil ha dedicado un Panorama social del humanismo español (1500-1580) (Madrid, 1981).

Tanto para el filólogo románico como para el hispanista en general el libro ofrece, a distintos niveles, apretada información en muchos terrenos. Hay una parte del libro que sin duda es de interés específico para el filólogo clásico o para el helenista en especial, pero incluso estos trabajos más especializados son de utilidad para el hispanista en un sentido más amplio. Demás está decir que nunca será bastante agradecido por el profesor, por el investigador o por el erudito el que le ofrezcan en un volumen trabajos cuya localización es a veces difícil y el acceso a ellos tan trabajoso, ya sea por la dificultad material de llegar a los textos ya sea porque, en general, el hispanista no llega al manejo de los textos en latín o en griego. Pienso de cuánta utilidad ha sido para el editor del teatro de nuestro siglo de oro el libro de Luis Gil sobre la medicina popular en el mundo clásico {Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico. Madrid, Guadarrama, 1969) para citar solamente un ejemplo.

F.l autor ha agrupado el material de su libro en cuatro secciones y lo ha distribuido en forma que quedan bien claros y marcados los campos de interés. La investigación está presentada de lo más general a lo más específico. El estudio se limita a los siglos XVI y XVII pero hace algunas alusiones a "hechos y testimonios" de la primera mitad del siglo XVIII.

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Los trabajos de la sección primera están agrupados bajo el concepto de "Ambiente", se centran en el Humanismo en general y en los problemas del Humanismo en España; en cierta forma sirven de marco a los estudios más diferenciados recogidos en las otras tres secciones. Los tres trabajos son: Apuntamientos para un análisis sociológico del humanismo español (págs. 15-40), Gramáticos, Humanistas, Dómines (págs. 46-65) y Política educativa y didáctica de las lenguas clásicas en España: Del Renacimiento a la Ilustración (págs. 67-92).

La sección segunda lleva como título general el de "Tradición clásica" y se recogen en
ella dos trabajos: Terencio en España: Del Medievo a la Ilustración (págs. 95-125) y Una
labor de equipo: La 'Editio Matritense' de Juan Ginés de Sepúlveda (págs. 127-162).

Los trabajos de la sección tercera están bajo la rúbrica "El individuo" y son de carácter bio-bibliográfico; bajo ella se recogen cuatro trabajos sobre autores aislados, de ámbitos y problemáticas muy diferentes, pero dentro del marco del humanismo. Son: Nebrija y el menester del gramático (págs. 165-179), Un helenista español desconocido: Antonio Martínez de Quesada (J7lB-1751) (págs. 181-232), Jacinto Díaz de Miranda, colegial de San Clemente y traductor de Marco Aurelio (págs. 233-250) y Una poesía desconocida de Meléndez Valdés (págs. 251-261).

La sección cuarta, "Opúsculos del deán Martí", está dedicada a la figura de Manuel Martí de Zaragoza, deán de la colegiata de Alicante. Los trabajos sobre este humanista español son los de corte más especializado del libro que presentamos y, nos parece, están en la línea que parece presidir la distribución de los trabajos: de lo más general a lo más especializado. Los cuatro trabajos recogidos en esta sección son unos Apuntes autobiográficos (págs. 265-314) y tres opúsculos que - dice el autor del libro - "esperaban ver la luz desde hace siglos" y que él edita y comenta. Son: Notce in Theocritum (págs. 315-346), Animadversiones in Homerum (págs. 347-361) y Una epístola inédita (págs. 363-370).

Después de haber leído el libro se tiene la impresión de haber andado por un denso boscaje, siempre a la búsqueda de lo que viene detrás de lo visto y viendo siempre algo nuevo e interesante. Que lo de denso y boscaje no asuste porque la exposición es tan aguda y tan clara, tan bella a veces que incluso los trabajos de más carga erudita pueden ser leídos con mucho interés y provecho por el lector no filólogo clásico. A esto se añade un buen aparato de notas, muchas de ellas de índole bibliográfica y en el cuerpo de los trabajos textos y citas muy interesantes. Quizá nos hemos hecho muy comodones o muy exigentes, pero echamos de menos un índice aunque solamente fuese acumulativo. Puede pensarse que no es habitual que este tipo de libros lleven índices, pero en libros de tanto contenido siempre son muy de agradecer.

El trabajo que abre el libro, Apuntamientos para un análisis sociológico del humanismo español, apareció en la Revista de Estudios Clásicos (25, 1979, págs. 143-171) y en él se recogen parte de los resultados de la investigación que aparecerá más tarde en el libro Panorama social del humanismo español (Madrid, Alhambra, 1981).

Señala Luis Gil que "empleará los métodos de análisis seguidos por dos ilustres predecesores,los profesores Maravall y von Martin, para un periodo histórico anterior y contemporáneoal nuestro respectivamente" (pág. 15). Cualquiera que se haya acercado a la Edad Media y al siglo XVII sabe cuáles hubieran sido sus carencias de no contar con la ayuda de los trabajos de estos profesores. Lo mismo puede decirse ahora del libro de Luis Gil: nuestras carencias serán menos y menores. Teniendo en cuenta el paralelismo que existe entre "la organización social, jurídica y económica de una sociedad estática como la de la Baja Edad

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Media con la concepción del saber y sus diferentes modos de presentación" - como ha señalado Maravall para la Edad Media -, Luis Gil señala cómo se llega a través de una evolución,estudiada, desde la Edad Media a un cambio de la situación en el Renacimiento italiano.Y de ahí pasa a lo que sucede en el Renacimiento español. Tiene en cuenta lo señalado por Maravall para la Edad Media que el saber es un saber práctico "encaminado a regir la conducta moral del ser humano". Se rechaza el estudio que no se considera útil. De este modo de pensar pueden surgir tres grandes peligros: el utilitarismo, el desinterés por el conocimientopuro y el conformismo con el orden establecido. En Italia con el primer Renacimientocambian las cosas: paralelamente con el nuevo régimen económico de economía capitalista se desarrolla una apertura de mentalidad: "el saber se constituye ahora en un factorde la movilidad social y en un aliado natural de la naciente burguesía, en pugna por el poder político con la antigua nobleza, que encontraba su apoyo intelectual en el clero" (pág. 18).

Repasa Luis Gil brevemente las fases del humanismo en su búsqueda y hallazgo de nuevas escalas de valores que desplazaron las de la Edad Media. La primera etapa es una etapa abierta con espíritu de riesgo; una serie de factores favoreció la fusión de la alta burguesía con la nobleza de lo que se produjo una interacción de valores positivos. A esta primera etapa sigue, a finales del siglo XV y principios del XVI, la más sosegada y conservadora en que la burguesía se hace más estática. Al "humanismo cívico sucede el humanismo literario". El nuevo humanista coincide con las clases adineradas en sus ideales "de tranquilidad y de orden, de seguridad y de goce" (pág. 19). A costa de la renuncia a la libertad se va a gozar de tranquilidad. Se tiende hacia la "tiranía".

Con esta segunda fase del humanismo entraron en contacto los españoles.

Luis Gil se pregunta si en España se daban o no las condiciones necesarias para una evolucióndel humanismo semejante a la italiana. Hace un breve análisis de la naturaleza de la sociedadespañola y señala que en "una sociedad de esta fndole era imposible que el saber rebasaselos límites impuestos por una economía estática y que un sistema económico abierto originase una apertura simultánea de mentalidad" (pág. 21). En la sociedad española suceden las cosas de una manera inversa a la italiana y la alta burguesía en vez de fundirse con la nobleza asume su escala de valores. No se había superado la mentalidad caballeresca y la estructura social tiene todavía mucho de medieval. Todav'a persiste el valor de las virtudes hereditarias frente a la realización personal. El clero recupera el monopolio de la actividad intelectual. Sabemos por los estudios de Maravall, entre otros, cómo hasta bien entrado el siglo XVII se discuten ampliamente estos problemas y vemos cómo se reflejan en la comedia nueva (movilidad social casi inexistente frente a la sociedad estamentada, conceptos de valor propio y heredado, honra y honor, entre otros). La mentalidad estática y la sociedad estamentalno son las más apropiadas para favorecer o promocionar la evolución. Es bien conocidoel desaprovechamiento de los metales nobles llegados a España desde América, y cómo - casi como en la época contemporánea - la riqueza no se empleó en una infraestructura que sirviese de plataforma para el cambio. Luis Gil señala (pág. 24) cómo la concepción estáticadel saber dota a éste de connotaciones moralizantes, como en la Edad Media, y utilitarias (ya sea en busca de perfección o ya sea en busca de la salvación eterna). Es también arcaizante(pág. 25) tanto la manera de presentar el saber como la forma de impartirlo. Eran arcaizantestanto los métodos como la formulación del saber. En un ambiente asiera imposible que en España se diese una evolución semejante a la de Italia. Es verdad que algunos espíritus inteligentes protestaron en el siglo XVI y propusieron una nueva forma de enseñar el latín

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(el Brócense, Simón Abril, Céspedes) modernizando los métodos de enseñanza, pero "se
impuso desde arriba la línea medievalizante" (pág. 26).

Así surge la primera traba fatal para el desarrollo de los estudios filológicos: "la implantación del libro de texto como 'corpus' doctrinal de validez definitiva". Es el caso de la gramática de Nebrija. Arcaizante es también la concepción estática del saber así como la manera de presentarlo. Luis Gil repasa de forma precisa y clara las causas que llevaron a que los tímidos intentos de renovación fueran vistos como peligrosos y revolucionarios. No es la primera vez que el observador atento de nuestra cultura encuentra en nuestra historia cultural una situación parecida. L. Gil acepta la formulación de Fuster en su obra Rebeldes y heterodoxos (Barcelona, 1972, pág. 72) de que "para el sistema el humanista no sólo era un ser híbrido de gramático y hereje..."

Negativas también, porque impiden el cambio, son otras muchas causas que recoge L. Gil. Entre ellas: los métodos tradicionales autoritarios y humillantes, la también humillante relación maestro-alumno (el niño ha de instruirse con azotes, el mozo con azotes, el adulto con azotes, la monja con azotes ...), los medios de control tanto a las personas como a los medios de comunicación, (Felipe II en la pragmática de 22 de noviembre de 1599 prohibía a sus subditos españoles estudiar en el extranjero; en 1610 Felipe 111 prohibe publicar libros en el extranjero sin licencia, en 1623 Felipe IV suprime los estudios de gramática en toda ciudad en la que no hubiera representantes de la autoridad). Otra de las causas restrictivas que menciona L. Gil es todo lo referente a la legislación sobre el libro como instrumento de comunicación intelectual (pág. 29 y ss). Sobre el dirigismo de la cultura del barroco basta pensar en todo lo que señala Maravall en su libro La cultura del barroco (Barcelona, Ariel, 1975). La política de restricciones sobre el libro llevará a la postración de la imprenta española en el siglo XVII. No se trata de caprichos personales: obedece todo esto a un estado de opinión que puede rastrearse ya desde el siglo XV.

También es verdad que hubo humanistas partidarios de las "muchas lecturas" (P. Simón Abril, Suárez de Figueroa, Francisco de Támara, Cristóbal de Villalón), pero también es verdad que tuvieron fuertes y también afamados opositores: Huarte de San Juan, Lope de Vega, Saavedra Fajardo. Como ha sucedido en otros periodos de nuestra historia cultural aparece la actitud de reserva, rémora semioculta de clara hostilidad, frente a todo tipo de lectura que ayude a pensar por cuenta propia. La literatura de la época, y sobre todo la comedia del s. XVII refleja esta defensa de la ignorancia. Luis Gil señala cómo resulta peligrosa en la comedia nueva, sobre todo para la mujer, la curiosidad intelectual, desde la óptica lopesca. Pero creo que hay que decir una vez más que esto no sucede tanto, y no de la misma manera, desde la óptica de Tirso, hombre a mi parecer moderno, según el concepto de modernidad que Maravall señala para la época del Barroco. Aunque Tirso se proclama discípulo de Lope, y lo es, sus ópticas frente a los problemas de su tiempo son bien diferentes. Volviendo a la valoración social del libro se pregunta L. Gil: ¿fue esta valoración social del libro lo que hizo que Felipe II llevase al Escorial, lejos de los eruditos y de sus posibles discípulos, su gran biblioteca?

El humanismo italiano se había apoyado en la autoridad de la Antigüedad clásica para "apoyar las aspiraciones políticas de la naciente burguesía, contraponiendo el latín ciceronianoal bárbaio latín medieval" (pag. 35). Poco a poco se va comprendiendo que,dada la situación, los humanistas españoles que habían participado de la visión optimista de los comienzosdel Renacimiento no pudieran ser seguidos por sus colegas del siglo XVII. Se comprendetambién el fracaso de Nebrija y de otros humanistas españoles en su intento de

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"erradicar la 'barbarie'". El latín ciceroniano fue derrotado y la Antigüedad clásica dejó de ser tomada en serio. Señala Luis Gil que el latín es empleado como recurso cómico en la comedialopesca y es exacto, pero también lo es que en la comedia nueva se encuentra también el respeto a la Antigüedad clásica y que no sólo este respeto se da en boca de los ancianos. Fn la comedia de Tirso hay muchas defensas de la necesidad de saber. Fs verdad que las mujeres que defienden esta necesidad dicen casi siempre que en Italia no está mal visto que las mujeres lean (en Italia no es nuevo para "las mujeres de alta sangre/desmentir ocios molestos/enla caza y en los libros,/ porque de pocas sabemos,/ de las prendas de mi hermana,/ que no alcancen cuando menos,/ a entender letras latinas/..." dice doña Ana en Bellaco sois, Gómez).

Otra causa, negativa también, para el humanismo español fue la desconfianza frente a los profesores seglares que impartían la educación humanística. Las figuras de Luterò y de Frasmo se cernían sobre los que se dedicaban al estudio del griego y del latín. Y si era peligroso ser considerado como un ser híbrido de gramático y hereje, no disminuye la peligrosidad el ser considerado como crítico social y activista subversivo (pág. 38). Con esta situación se crea un tipo de humanista sumiso y domesticado que no quiere o no se atreve a arriesgar nada y que entiende el estudio de las letras humanas como mero complemento déla formación religiosa. L. Gil se refiere, como explica e indica, al movimiento pedagógico de la Compañía de Jesús que tanta importancia iba a tener. Los humanistas seglares van perdiendo su función educadora, función que es retomada por el clero con todas sus consecuencias. Además la Compañía de Jesús crece. En 1546 se funda en Gandía su primer colegio, en 1585 había 45; en 1608, 62 en toda España. Los jesuítas hacían la competencia a las universidades con pérdida para éstas, "se les fueron encargando las enseñanzas de Humanidades clásicas y de Retórica hasta el punto de que las tenían prácticamente en sus manos por todas partes, salvo en Salamanca y Alcalá, en el momento de su expulsión por Carlos III" (pág. 39).

Luis Gil concluye que es la falta de unos presupuestos determinados lo que hace imposible que en España se desarrolle un movimiento cultural parecido a lo que habfa sido en otros países europeos el humanismo renacentista que pervivió en la filología del siglo XVII y se prolongó hasta el final del mismo. En España, desgraciadamente, no pudo darse el tipo de intelectual independiente que se dio en otros países. El que la balanza se incline del lado de lo que Luis Gil llama er intelectual burocrático ("aquel que pone sus conocimientos al servicio del poder constituido como asesor o técnico, sin discutir su legitimación y aceptando plenamente los problemas en los términos en que los políticos se los plantean") puede explicar mucho del dirigismo de la comedia del barroco como parte de lo que Maravall llama en su luminoso libro sobre la cultura del barroco "la cultura dirigida". No predominó pero puede servir de pequeño consuelo el hecho de que existiera también el intelectual independiente ("el que no depende de una autoridad constituida, sino de un público con el que entabla comunicación a través de la enseñanza oral o escrita"), como restos de lo que fue la idea del humanista como transmisor, creador de saberes y crítico.

El trabajo titulado Gramáticos, Humanistas, Dómines apareció en la Revista El Basilisco (9, 1980, págs. 20-30). Es un trabajo relativamente breve, pero enormemente interesante ya que en él L. Gil toca uno de los aspectos de la 'ciencia española' y se centra en el esclarecimiento "de un supuesto enigma histórico": la incapacidad de los españoles para el estudio de las lenguas clásicas. El intelectual español y en muchos casos el hispanista extranjero preocupado por nuestra historia cultural se ha encontrado muchas veces con los llamados 'enigmas históricos',por

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ricos',porello parece importante la matización de L. G.: 'un supuesto enigma histórico'. L. Gil ofrece su explicación. Una más y muy interesante en la línea de preocupación de otros maestros ilustres que ofrecen las suyas como Bell (integralismo), Américo Castro (casticismo) o Benassar con su abstencionismo.

En este trabajo L. G. se propone señalar cómo "por una serie de condicionamientos históricos (condicionamientos que todavía siguen en parte operando entre nosotros) la figura del estudioso y enseñante de la lengua latina no sólo no logró superar el status medieval, sino que se fue progresivamente degradando" (pags. 41-2). De ello habla el título del trabajo.

L. G. hace un breve y claro repaso de las condiciones laborales en la Edad Media y recoge a modo de ilustración por ejemplo que en la Carta Magna que Alfonso X el Sabio otorgó a la Universidad de Salamanca se fija un salario anual de 500 maravedís para el maestro de leyes, mientras que se fija el de sólo 200 para el maestro de gramática, lógica y física. En el siglo XV la desproporción es aún mayor: la cátedra de leyes tiene 7.500 maravedís al año, la de teología 3.750 y la de gramática 1.800.

En Italia a principios del Renacimiento los humanistas empiezan a desplazar a losjuristas. En el siglo XV España está todavía inmersa en la Edad Media. No existe un patriciado urbano que dispute el poder a la nobleza, ni tampoco un nuevo tipo de intelectuales que pueda discutir el poder a la Iglesia. En España el prestigio de la gramática es casi nulo y la formación latina del clero castellano, nada menos que del clero, igual. Tanto, que su ignorancia hizo que las autoridades eclesiásticas intentaran poner remedio a tanta 'barbarie' obligando a los curas a aprender latín de modo que "non les den los beneficios fasta que sepan fablar latín" (pág. 44). Son razones económicas, según Luis Gil, y no casticistas (según A. Castro) las que alientan esta postura.

En la Universidad las perspectivas no eran mucho más halagüeñas. Incluso los humanistas castellanos que conocían los ideales del Renacimiento no lograron, a pesar de sus esfuerzos, sobrepasar la barrera medieval. Un Juan de Lucena o un Alonso de Cartagena que conocieron los ideales culturales de los humanistas italianos no saben ver que la 'gramática', esto es, el conocimiento del latín, era la puerta para acceder "a saberes de rango superior". Una prevención instintiva a las valoraciones nuevas que planea casi constantemente en nuestro quehacer cultural y que lo condiciona. Los humanistas castellanos se muestran escépticos hacia las posibilidades de la 'gramática'. Y Juan de Lucena todavía enfocará el estudio del latín desde el punto de vista utilitarista (descanso de asuntos más graves, requisito para ser buen secretario). L. Gil señala cómo el 'gramático' ocupa en la estimación de Juan de Lucena "un lugar equiparable al del maestro de primeras letras." El 'letrado' en cambio "... es el que sabe lo que escribe con ellas" (pág. 47) porque el latín, como lengua pueden aprenderlo los hombres y aún las aves, si se lo enseñan. En Castilla, dice Luis Gil, la Antigüedad clásica - frente a lo que había sucedido en Italia - no había sido idealizada como "organización políticosocial y dechado al propio tiempo de valores culturales" (Ibd.).

Esta era la situación en España cuando en 1476 vuelve Nebrija a Salamanca. Llegó convencidodel valor del latín "para la adquisición de los saberes contenidos en los textos clásicos".Los Reyes Católicos estaban intentando la construcción de un Estado Moderno y eran conscientes de la necesidad de difundir la "sciencia" por todos sus reinos. Parecería pues una ocasión excelente para extender el nuevo concepto de "saber". La gramática de Nebrija se impuso sobre los viejos manuales pero no consiguió "infundir entre sus compatriotasel amor al latín y el respeto a los expertos en dicha lengua exigido por los nuevos tiempos" (pág. 48). Para Nebrija la función del 'gramático' era importante. La nueva manera

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de concebir el quehacer del gramático, la necesidad de ejercer la crítica y de poseer amplios
conocimientos fueron recibidas hostilmente por los que estaban interesados en mantener el
monopolio de la ciencia.

Esto por parte de los 'letrados'. Pero los teólogos, por razones obvias, reaccionaron igual. La campaña de Nebrija contra la 'barbarie' no tuvo éxito y el resultado pone de manifiesto una vez más el predominio de lo medieval frente a los aires renovadores (Gil, F. Rico y otros investigadores). Gil señala que si bien los gramáticos intentaron luchar por sus ideas en el primer tercio del siglo XVI, a partir de los años 40 se dieron cuenta de lo inútil de la lucha y se encerraron en sus estudios. La figura del 'crítico' no logró imponerse. Una vez más la lucha de intereses perjudicará el avance. Fl conocimiento enciclopédico y la necesidad de ejercer la crítica connaturales al nuevo modo de ver el quehacer del gramático chocaba con los intereses de los 'letrados' depositarios, según ellos, del saber y poseedores de la capacidad de transmitirlo, según la conveniencia del poder. Con claridad y belleza traza Luis Gil el destino del humanista en España para afirmar que en 1600 cuando Baltasar de Céspedes traza el retrato ideal del humanista este ideal no existía. El humanista ha de ocuparse de las dos partes que integran las letras humanas: una la relativa al lenguaje (su inteligencia, uso y razón) y otra lo relativo a los contenidos, lo que hoy llamamos 'realia'. La tarea del humanista ha de ejercerse sobre ambos campos. El lector bien guiado por la sabia sobriedad expositiva de L. Gil comprende la melancolía del sabio y constata cómo tampoco esta vez los deseos de renovación pudieron con la barrera defensiva tras de la que se parapetaban los representantes del orden establecido. El 'humanista' en el sentido etimológico de la palabra será derrotado frente a los que no lo eran, o que lo eran más bien de nombre, pero que tenían el status social que le proporcionaban los recursos económicos. L. Gil remite a las Cartas filológicas de Cáscales quien melancólicamente reconoce la derrota. Uno se pregunta si esto puede ser, o ayudar a, la explicación de tantos melancólicos como encontramos en la literatura del siglo XVII cuya melancolía no se explica como melancolía amorosa, ni como enfermedad. Maravall ha señalado la problemática de este fracaso, con otros matices, para el hombre del barroco.

Otro factor que acrecentará la problemática del humanista es la discriminación económica. Cuenta ahora lo mismo que contó en la Edad Media. L. Gil ofrece unas cuantas muestras: las Constituciones de Alcalá de 1500 asignaban 13.500 maravedís al regente de griego, el sueldo del mayordomo del Colegio Mayor de San Ildefonso era de 18.550 maravedís, el de la lavandera de 17.750 y el del escribano 13.250. En 1602 el gasto minimo diario de una persona era de 30 maravedís. No es difícil comprender el poco interés que podría sentirse por consagrar la vida a estudios mal retribuidos y mal considerados socialmente. Luis Gil alude a la mentalidad utilitarista del estudiantado español y a los criterios sobre la misma (se dejan oir por primera vez en 1508 con Marineo Siculo y prosiguen a lo largo del siglo XVII hasta llegar por lo menos a Cadalso en el reinado de Carlos 111, siempre según L. Gil).

Además de esto la enseñanza del latín no tenía carácter universitario, sino más bien propedeutico.Si los sueldos eran escasos la consideración social era poca. Las posibilidades de empleo para estos estudiosos estaban reducidas por la competencia de otros grupos y no eran muchas: podían acceder al servicio de la nobleza o entrar al servicio de la corona. Aunqueen casos contados algunos nobles, deseosos de ilustrarse, tuvieran en su casa humanistas esto no fue suficiente para salvar la figura del humanista. Es familiar la burla constante en la literatura del siglo XVII a costa de los preceptores y de su consideración social. La recuperacióneconómica del siglo XVIII y el deseo que se despertó en amplios sectores de la nobleza por ilustrarse no fueron suficientes para detener el deterioro de esta clase. No es difícil imaginarsecómo

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ginarsecómodebía chocar la curiosidad ilimitada de los humanistas y su capacidad crítica
con el concepto autoritario del saber de corte medieval.

Muy finamente analiza L. Gil el problema de "la santa ignorancia" análisis que libra un
poco de culpa al Santo Oficio y que hace ver sutilmente al lector en qué ambiente iba a caer
el erasmismo.

Existe un nuevo problema para el humanista: la falsa imputación de soberbia por atreverse a aplicar a los escritores sagrados el mismo método de análisis que aplicaba a los profanos. Aquí están los teólogos. El terreno se hace peligroso para el humanista. Con citas y finas observaciones aclara L. G. la situación: existe una división de cometidos, unos, los del humanista, otros, los del teólogo. "Al teólogo le corresponde interpretar el sentido de los libros sacros, al humanista la letra". Como tantas otras veces en nuestra cultura falta la interacción de los saberes. Esta vez el teólogo establece los criterios, el gramático ha de acatarlos.

Se ha extendido en España, dadas las circunstancias, un nuevo tipo de humanista: el humanista dócil y sumiso: "el saber se subordina a la moral y se entiende la educación en las letras humanas como un complemento a la formación religiosa" (pág. 62). Este nuevo tipo de humanista arranca de la Compañia de Jesús. El gramático jesuíta llegó a ser el prototipo del maestro perfecto y desplazó al resto de los maestros de latinidad. Muy sutilmente sin que se le pueda acusar de irónico presenta L. G. la imagen ideal del gramático jesuíta "prototipo de sabiduría y humildad, manantial de virtudes y fuente de dulzura". Y aunque sea con palabras del padre Bonifacio no dejan de marcar el camino hacia la casuística que haría desaparecer, sin levantar ondas, al resto de ios gramáticos. "Allí donde un colegio de la Compañía se instalaba, se iban al traste los estudios municipales y los universitarios,quedando obligados los gramáticos seglares a emigrar a lugares que por su escasa monta no interesaban a los fines jesuíticos" (pág. 63). Con todas las consecuencias. En 1623 Felipe IV prohibe a los particulares fundar estudios de gramática, se prohibe la enseñanza del latín en los hospitales y a los niños expósitos dando preferencia a otro tipo de enseñanzas, como la marinería, que ayudarían a las necesidades del país. Una cosa no tenía que ver con la otra, pero estaba dentro de la problemática económico social y mental de España. Las humanidades clásicas quedaron en manos de la Compañía de Jesús hasta su expulsión en el reinado de Carlos 111.

El tercer trabajo de esta sección, Política educativa y didáctica de las lenguas clásicas en España: del Renacimiento a la Ilustración, apareció en el Anuario de Filología (1981, págs. 79-99) y en él se ocupa el autor de las "implicaciones políticas y sociales" del humanismo y considera su trabajo como una aportación a la historia global del humanismo. Entiende humanismo en su sentido estricto: "el estudio de los clásicos griegos y latinos en su lengua original". Esta idea está en la base de una corriente pedagógica que "como sistema para educar a la juventud en unos determinados valores y como respuesta a unas determinadas demandas sociales, comprometía por igual al individuo, a la familia y al Estado" (pág. 67). Es un trabajo muy intersante en el que el autor considera los aspectos políticos, sociales y económicos que puedan incidir en los planes de estudio y por lo tanto la importancia que el dirigismo estatal puede tener en la enseñanza (pág. 68). Consecuente con su línea de investigación en la primera serie de los trabajos recogidos en este libro hace un breve repaso de las causas que condicionan la enseñanza del latín en la Baja Edad Media y señala dos importantes; la concepción carismàtica del saber y el colonialismo eclesiástico en Castilla. Una de naturaleza espiritual y otra de naturaleza socioeconómica. A los maestros de latinidad se les pagaba mal, frente a los de derecho o los de teología, con la consecuencia inmediata de que se dedicasen a los estudios de latinidad los menos competentes o los menos ambiciosos.

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La consecuencia inmediata de esto en los comienzos del siglo XVI fue la ignorancia del latfn y la poca estimación social de los que lo enseñaban. Hubo un momento luminoso para los humanistas en el comienzo del reinado de los Reyes Católicos en el que los humanistas creyeron poder reemplazar a los juristas en algunas de sus funciones (cancilleres, secretarios) que ejercían en los centros del poder. Pero no fue así. En la lucha entre letrados y humanistas perdieron éstos.

En la primera mitad del siglo XVI el movimiento "humanístico estaba condenado al fracaso" (pág. 7 1) (hostilidad del clero ante los ideales de los humanistas, problemas de la asimilación religiosa de las minorías, judíos y musulmanes, represión del patriciado urbano en la problemática de las Comunidades son algunas de las causas).

De esta forma la vida docente española se orienta en la primera mitad del siglo XVI hacia el utilitarismo del estudiantado, hacia la masificación de las universidades; en la segunda mitad proliferan las escuelas de latinidad, se marcan vigorosamente los colegios de losjesuítas con su concepto" pedagógico especial y las universidades se despueblan con el absentismo del profesorado y el consiguiente descenso del nivel. El latín tiende a ser desplazado hacia la enseñanza media, los métodos didácticos siguen siendo medievales, y se sigue enseñando la lengua latina en latín. Esto último venía siendo considerado como un grave error por los humanistas principales y se pensaba en un mayor aprovechamiento de la enseñanza impartida si esta se hacía en la lengua materna.

Los estudios se llevan a cabo, pero se llevan mal. Y el Consejo Real ordena a las universidades la reforma de los estudios que no se cumplen o que se cumplen mal. Las nuevas corrientes defienden que las ciencias y las leyes deben ser enseñadas en lenguas que todos entiendan. Además entre las muchas causas de la ruina de España le cabe su lugar al latín. Una de las causas de la ruina de España más debatida, hablada y explicada, fue la del abandono de la agricultura. Los testimonios abundan entre los escritores del siglo XVII, escritores de todas las ramas. Parte de la culpa le cabe al latín porque en los pueblos en los que hay estudios de latinidad, los agricultores envían a sus hijos a estudiar con el consiguiente abandono del campo. Si esta era una causa, no era ni la mayor ni la principal. De la problemática se hace eco la amplísima literatura sobre las causas y remedios de la decadencia de España. Son innumerables los tratados que se ocupan de este asunto, y los hay para todos los gustos. Escriben o predican sobre el asunto tanto los canonistas, como los curas, sin olvidar a los arbitristas y a los 'repúblicos'. Muchas de las lamentaciones sobre la decadencia de España se centran en el excesivo número de bachilleres, en mengua de otros oficios más prácticos y más útiles para la República. Pero no eran los bachilleres los que conformaban "la clase ociosa".

En 1621 la Junta de Reformación le propuso a Felipe IV suprimir las escuelas de latinidad
en los pueblos pequeños; se habla del exceso de bachilleres y de la falta de oficios más
útiles. Siguen multiplicándose los escritos de cómo restaurar la dañada Monarquía.

L. Gil señala cómo la enseñanza del latín en el siglo XVII se ve condicionada - monopolizada la enseñanza de las humanidades clásicas por losjesuítas y marcada por la pedagogía jesuítica - por el pragmatismo y por el espíritu antihumanístico. Los problemas económicos del reinado de Felipe IV contribuyen al descenso de las capacidades de enseñanza del latín. De las 4.000 escuelas de gramática existentes a principios de siglo quedan menos del centenar. Se interrumpe casi totalmente la creación de cátedras de latín y por lo tanto los puestos de trabajo para los enseñantes se reducen y el mercado de trabajo se va estancando. La ruina del latín corre paralelamente con la postración económica del país.

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Y como no podía ser menos se alza la polémica entre partidarios y enemigos del latín (pág. 80), polémica que cuenta con, por lo menos, un aspecto importante: el de la introducción de la enseñanza en castellano. Solamente en la tercera y cuarta décadas del siglo XVIII — consecuente con el desahogo económico - se recupera la enseñanza del latín que pronto, de nuevo, se veri amenazada por el fantasma de la economía. En 1767 a rafe de la expulsión de los jesuítas surge el consiguiente vacío en la educación y aunque se crea una enseñanza oficial esto no basta.

Se va a plantear una cuestión más: la de si se debe enseñar latín a toda la juventud o solamente debe tratarse de una enseñanza elitista. El problema ocupa y preocupa a los ilustrados, entre ellos a uno tan ejemplar como Jovellanos. L. Gil repasa el pensamiento de Jovellanos, moderno en tantos aspectos, conservador, dina yo, en menos, desde la perspectiva del cambio inevitable del pensamiento, que no siempre es un factor negativo. Jovellanos es partidario de la enseñanza de una serie de materias en la propia lengua y de conceder mayor importancia a las lenguas vivas y crear así la posibilidad de que haya personas con una formación en consonancia con las nuevas necesidades y con la función social que estas personas han de desempeñar. Esto es parte del pensamiento moderno. Es la manera de adquirir ideas claras en lo que se refiere a las ciencias, actitud en consonancia con la mentalidad moderna. Admite Jovellanos al lado de esto la necesidad de estudiar latín, pero con una mentalidad, según Luis Gil, de corte conservador. Los clásicos van a considerarse como útiles e importantes para el acceso a las fuentes de la cultura y de la ciencia europeas (pág. 85). Por ello la enseñanza tiene que orientarse en otra dirección: se impartirá en castellano, las reglas gramaticales se reducirán al mínimo y pasará a ocupar un primer plano la traducción directa (pág. 85). Se multiplican los trabajos pedagógicos que replantean la reforma de la enseñanza del latín. Luis Gil recoge y comenta los más importantes (págs. 86-88) y señala cómo se va llevando a cabo la reforma. En 1768 Carlos 111 impone que el latín se enseñe en castellano, dejan de editarse las gramáticas viejas y aparecen nuevas gramáticas latinas a la vez que se reforman los métodos de enseñanza. Hay un auténtico espíritu de reforma. De 1767 son dos importantes documentos sobre lo esencial de la reforma de la enseñanza, recientemente editados, y cuyo contenido resume brevemente L. Gil (págs. 87-88). Aunque no todas las propuestas pudieran llevarse a cabo, se llevaron algunas. L. Gil ofrece en unas cuantas sabias y densas páginas el proceso de una aventura cultural de primera importancia (págs. 88-92). La problemática gira sobre todo en torno al latín yaque el griego, por su carácter universitario, no fue tan polémico y los helenistas se movieron con más libertad.

Creo que para el romanista en general son estos tres estudios los de más interés. Además de la exposición rigurosa, la selección de textos y citas y la bibliografía ofrecida para cada cuestión hacen de estos tres trabajos un material imprescindible, y muy rico en sugerencias. Por otro lado el tema del humanismo, sobre todo en la formación de los hispanistas - al menos en el extranjero - suele dejarse de lado, sin que nos hayamos parado a pensar muy bien porqué.

Como he señalado antes el libro discurre de lo más general a lo más especializado. Esto hace que los trabajos recogidos en las otras secciones sean más para el especialista o para el lector interesado en aspectos o personas muy concretos que para el hispanista en un sentido más amplio.

El artículo Terencio en España: del Medievo a la Ilustración es una conferencia pronunciada
en agosto de 1982 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander.

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Según el autor Terencio fue un autor "relativamente bien conocido en la Edad Media" aunque de forma imperfecta. También en España. Antes del siglo XV son escasas las alusiones al comediógrafo. Se le cita en el siglo XIV (López de Ayala, Santillana). En el siglo XV se descubre la comedia latina y la comedia de Terencio empieza a conocerse en España de manera más directa (pág. 99). En el último tercio del siglo XV hace su aparición en la escuela llevado a España por los profesores italianos. La literatura castellana del siglo XV ofrece muchas referencias a Terencio: un profesor. El Tostado (Alonso de Madrigal) muestra haber leido a Terencio en la lengua original y como El Tostado, otros. El que el alumnado protestara contra la enseñanza de Terencio se debe simplemente a que el latín de Terencio le resultaba más difícil que los textos tradicionales. Durante todo el siglo XVI Europa tiene gran preferencia por los comediógrafos latinos. Se editan y se traducen (págs. 100-101) y aunque Plauto fuese el preferido por su talante y por el carácter de su obra, Terencio tuvo enorme importancia. Erasmo propone a Terencio como modelo de latinidad, junto con Cicerón, Virgilio, Horacio y Salustio. Y se llega a afirmar que la comedia terenciana era tan perfecta que valía la pena no sólo leerla sino aprenderla.

En España el teatro tuvo otras influencias y el teatro se desarrolló "a contracorriente de la preceptiva clásica, las tendencias erasmizantes afectaron principalmente al terreno religioso y el movimiento pedagógico humanístico se vio contrarrestado por una viva oposición de signo reaccionario en un primer momento, para sucumbir después ante el modelo educativo de la Compañía de Jesús. Pese a estos obstáculos, la difusión y el conocimiento de la obra terenciana fue en la España del siglo XVI considerable" (pág. 102). Para el hispanista, en general, es familiar la problemática de Terencio en relación con obras como la Celestina así como la influencia del teatro latino de Plauto y Terencio en el teatro de Torres Naharro. Señala Luis Gil que los Estatutos de la Universidad de Salamanca de 1538 "ordenan la representación anual de una comedia, al menos, de los comediógrafos latinos y fijan la recompensa de seis ducados al regente que, ajuicio del rector y del maestrescuela mejor cumpliese con el menester" (pág. 103). La limitación de la reseña me impide comentar el fino transcurrir de la exposición de L. G. y me limito a recoger lo más saliente. Se suceden las traducciones de Terencio (pág. 105) yde las 11 ediciones que menciona L. G. (págs. 105-106) tres de ellas son bilingües. Eue Terencio autor muy leído (pág. 107) como documenta L. G. y la influencia de estas lecturas puede rastrearse en los humanistas.

También fue atacado Terencio, sobre todo por los antierasmistas y por los que temían que Terencio se impusiese en las escuelas a los autores cristianos. Frailes, teólogos y canonistas hablaron del peligro de la obra terenciana. Debía desterrarse lo mismo que la Celestina o los libros de caballerías (págs. 109-111). Ante la situación polémica la Inquisición se asesoró de un grupo de expertos y Terencio se salvó para la escuela ya que hasta a los "niños se puede leer muy bien Plauto y las más comedias de Terencio". A pesar de esto Terencio tuvo que enfrentarse con la Compañía de Jesús (pág. 111) que excluyó a Terencio de sus colegios, pero inteligentes y casuistas, los jesuítas, muy casuísticamente daban a conocer las excelencias de Terencio pero sin Terencio (pág. 114) mediante el conocido y lamentable sistema de las adaptaciones y expurgaciones (pág. 114). Sistema que como sabemos se ha mantenido largo tiempo. Son conocidas las representaciones teatrales de los colegios de la Compañía y sabemos de la importante función social que conllevan (págs. 115-116).

A partir de la tercera década del siglo XVII no se reedita a Terencio en Espana (pág. 117)
aunque la afición a su teatro había perdurado hasta comienzos del XVII (cinco ediciones
desde 1602 a 1628). La minoría cultivada sigue apreciando a Terencio y en la comedia nueva

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se puede rastrear su influencia (Lope de Vega, Ruiz de Alarcón).

Vuelve a ponerse de moda Terencio con los ilustrados del reinado de Carlos 111 (págs. 119-123). En la reivindicación de Terencio está en primer lugar don Gregorio Mayáns y Siscar que sigue el consejo de su anciano maestro don Manuel Martí y Zaragoza que fue quien puso en marcha "el mecanismo de reivindicación" (pág. 119). Luis Gil sigue la trayectoria de esta tarea (págs. 119-121).

En 1775 es editado de nuevo Terencio. Se le traduce, se le estudia y se le cita. Ha cambiado la mentalidad "aún en la amplia grey de los ignorantes" (pág. 124). Los ilustrados apreciaron a Terencio y Jovellanos da muestra de este aprecio según muestra una carta a su amigo Posada fechada en 1806. Se pregunta fina y acertadamente L. Gil al terminar su trabajo si habrá una relación entre los ilustrados y sus gustos que los ponía en el lado de la peligrosidad, según los guardadores de la verdad. Recoge L. G. el contento que muestra Jovellanos, desde su prisión de Bellver, por haber recibido "algunas ediciones bellísimas y raras, tales como el 'famoso Terencio de Cambridge, en folio, un César de la misma prensa, un Suetonio del Burman, un Valerio Máximo, un Lactancio, un Panegyrici veteres, y otras de las más preciadas'. Todo un símbolo. Un poco de atención en los nombres arriba aparecidos permitiría formar con ellos toda una lista negra de librepensadores, afrancesados y perseguidos por la Inquisición. ¿Mera coincidencia?" L. Gil conoce sin duda el alcance de la pregunta y la posibilidad y contenido de la respuesta.

El otro trabajo de esta sección, Una labor de equipo: la 'Editio matritensis' de Juan Cines del Sepúlveda, apareció en Cuadernos de Filología clásica (3, 1975, págs. 93-129). El autor ofrece la explicación del camino que llevó a la publicación de las obras completas del humanista español J. G. de Sepúlveda. L. G. hace una interesante exposición de la magnitud de la empresa, del número de personas que colaboraron en ella (pág. 128), de los donativos que ayudaron a la edición (pág. 129) y de los lugares e instituciones en los que se trabajó. Analiza las deficiencias de la edición (págs. 130-131), las distintas fases (pág 133) y ofrece los datos de cada uno de los cuatro volúmenes que componen el 'corpus' de Sepúlveda (págs. 146-150).

Los avatares de la edición quedan recogidos en las Actas de las sesiones de trabajo de la Real Academia de la Historia (años 1777-81). Para el interesado en la obra de Sepúlveda este trabajo es valioso. En las páginas 150-162 reproduce L. G. una serie de documentos relacionados con su trabajo.

La sección tercera agrupa los trabajos sobre cuatro autores: Nebrija, Martínez de Quesada,
Díaz de Miranda y Meléndez Valdés todos en su relación con el humanismo o por el hecho
de ser humanistas.

En Nebrija y el menester del gramático, aparecido en 1983 en las Actas de la Academia Renacentista de Salamanca, estudia L Gil el interés de Nebrija por la fonética y subraya que Nebrija es lo más parecido a un humanista italiano lo que es muy importante teniendo en cuenta las características del humanismo español y las condiciones en las que se desarrolló en España.

Como no muchos humanistas, Nebrija fue protegido por mecenas, fue editor de textos,
autor de tratados gramaticales y filológicos, poeta latino, historiador regio y profesor en Salamanca,
Sevilla y Alcalá.

En su enciclopédica actividad "periódicamente reaparece su preocupación por lo que
él llamaba los 'accidentes' de las letras (nomen, figura, uis, cognatio y ordo) muy en especial

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aquellos que tienen una importancia fonologica, a saber la uis o manera de articularse cada una y cl ordo o manera de combinarse en secuencias." (pág. 166). Nebrija conoce ya la distinciónentre sonido articulado y su representación gráfica: "Nebrija sabe muy bien que no son las figuras de las letras lo importante en el estudio de la lengua y dentro del concepto de luterà distingue la figura o notación gráfica yel llamado por Prisciano élémentum o contenidofónico para el que prefiere la denominación de uis (que traduce en su gramática castellanacomo 'fuerza') y la de potestas". Su pensamiento, continúa L. G., se centra en las letras así concebidas.

L. Gil se propone saber, y lo consigue, qué movió a Nebrija a ocuparse de estos problemas.
Para ello hace un minucioso repaso de lo que se conoce de la biografía de Nebrija y de
su obra, buscando lo que se propone.

La fe en la gramática que tenía Nebrija la encuentra Luis Gil ya en su Rcpetitio secunda sobre el tema De corruptis hispanorum ignorantia quarundam littcrarum vocibus de junio de 1486. A la exposición y análisis del contenido de este opúsculo dedica L. G. las páginas 167-172. mismo hace con el tratado De ni ac potestate litterarum a cuya exposición dedica laspágs. 172-177.

[¦Iste es el contenido del trabajo apasionante para el fonetista y muy interesante paraci romanista. Pienso que también lo es para el filólogo clásico. Reconstruye L. G. a través de las indicaciones de Nebrija cómo era la pronunciación escolar del latín en la época de Nebrija y este trabajo "aparte del interés que tenga para la historia de nuestros estudios clásicos nos puede dar la exacta medida del resultado final de los esfuerzos del Nebrisense por erradicar la barbarie de nuestro país" (pág. 174). Luis Gil concluye que las observaciones de Nebrija "cayeron en saco roto" (pág. 177) y que en realidad de verdad el fracaso fue rotundo. Termina L. G.: "Durante su segunda estancia salmantina había acariciado el proyecto de debelar la barbarie de juristas, teólogos y médicos, lo que le atrajo la animadversión del establishment'" 179).

El lector de esta reseña después de esta cita final piensa, sin duda acertadamente, que lo que L. G. ofrece en este trabajo no es sólo lo referente a la fonética*. Se perfila también la problemática del hombre Nebrija y del hombre-humanista Nebrija desde su necesidad de hacer profesión de fe en la gramática hasta situaciones personales molestas. Dice L. G. al examinar su Repetitio secunda: "Frente a reales o posibles ataques por dedicarse a artes ínfimas y pueriles disciplinas, frente a ser tenido por pusilánime o perezoso por consagrar su vida a la gramática, proclama su firme decisión de no salirse del campo de ésta y del de la poesía" (pág. 167). Son las circunstancias y el pensamiento de la época los que se filtran por alguna'salida de tono' de Nebrija (cf. págs. 167-8) y son también sus circunstancias personales que abarcarían un largo paréntesis. (Falta o sobrecarga de trabajo, mala retribución, estrecheces económicas, obligación de enseñar con métodos y materiales ajenos a sus ideas; momentos también positivos en los que hay lugar para la reflexión y en los que la soledad se puebla con el trabajo sosegado).

Por ello este trabajo tan breve me parece interesante en varios frentes, en dos por lo menos muy importantes: el de la persona y el de la obra no siempre separables. Creo que el fonetista, el hispanista y el filólogo románico lo leerán con mucho interés. No me atrevo a opinar sobre el filólogo clásico, pues no tengo competencia para ello.

En el volumen 54 del Boletín de la Real Academia Española (1974, págs. 379-347) apareció
el trabajo titulado: Un helenista español desconocido: Antonio Martínez de Quesada ( 17¡8-1751).Expone

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1751).ExponeL. Gil cómo el azarpuso en sus manos un Enchiridion mytico-physico-ethicum
que contenía entre otras cosas un comentario extenso y pormenorizado a la Teogonia de Hesíodo.Su
autor, fallecido en 175 1, eradon Antonio Martínez de Quesada.

L. Gil se ocupa de la biografía de Martínez de Quesada (págs. 186-199) lo que constituye el primer apartado del trabajo. En el segundo ofrece la cronología de los escritos del mismo (págs. 199-201); una consideración sobre la obra perdida (págs. 201-207) es el contenido del tercero, el cuarto es la descripción del manuscrito ildefonsino (El Enchiridion tiene la signatura antigua de la Biblioteca Complutense Ildefonsina. En la nota 3 a su trabajo ofrece L. G. el título completo). Esta descripción abarca las páginas 207-211. En los apartados que siguen estudia respectivamente: 5o: La Introducción ala Teogonia (págs. 211-215), 6o: El Hesíodo mítico-místico (págs. 215-225), 7o: Himno grecolatino en acción de gracias ala Virgen María (págs. 225-226), 8o: El libro de los dioses morales (págs. 226-229) y 9o: la disertación sobre Endovélico y Neto (págs. 229-231).

No tengo competencia para enjuiciar este trabajo tan especializado pues no soy filólogo clásico, pero personalmente me ha interesado mucho y creo que puede ser leío con fruto por un filólogo no clásico ya que la exposición de L. G. es clara e interesante, como todo el libro, pero además esta vez cuenta lo de rescatar del olvido a una figura importante de la cultura española. Con la persona de Martínez de Quesada ha dado a conocer la obra y aunque a lo largo de todo el libro que estamos intentando presentar se intuye y se trasluce la persona del autor L. G. ahora y esta vez hay como un compromiso más directo de la persona L. G. helenista con el desconocido antepasado. El trabajo termina con un muy personal colofón en el que justifica la amplitud de su trabajo: "Era lo menos que podía hacer, como helenista, con el monumento más importante que nos ha legado el siglo XVIII dentro de nuestra filología clásica. Con amor y paciencia reuní también cuantos datos pude de la vida de un hombre que cometió el pecado de salirse del habitual hispanocentrismo de nuestras preocupaciones intelectuales para abordar temas de alcance más universal. No tuve excesiva fortuna en esto. Pero sí me fue dado comprobar con dolorido sentir cómo ia peripecia vital de Quesada fue parecida a la de otros compatriotas nuestros que se empeñaron en cultivar unos estudios que en nuestro país no acaban nunca por tomar carta de naturaleza. Para ellos y para cuantos como Quesada 'murieron de hambre y de aflicción de espíritu, como buenos españoles' quiero que sirvan estas líneas de homenaje y desagravio" (pág. 232). Afán empapado de buen humanismo.

En Studia Albornotiana (37, 1979, págs. 565-582) apareció el trabajo titulado: Jacinto Díaz
de Miranda, colegial de San Clemente y traductor de Marco Aurelio.

L. Gil parte del hecho de que Díaz de Miranda fue uno de los mejores escritores del reinado de Carlos 111 y señala cómo ha sido víctima de los editores y del olvido de los historiadores de nuestra cultura. Los eruditos del siglo pasado tampoco se ocuparon de él. L. G. se interesa por su figura y ofrece datos nuevos sobre la persona y la obra. Nacido en 1748 en Asturias se graduó de bachiller en Artes y Teología probablemente en 1771. En 1772 fue designado como becario en el Nobilísimo Colegio Mayor de San Clemente de Bolonia. Luis Gil habla de los que debían ser sus compañeros de colegio en aquellos años: "Todos ellos, descontada la vocación política habitual en los colegiales de San Clemente, jóvenes de ciertas inquietudes culturales y de afición reconocida hacia la lengua griega. En eso precisamente revelaban ser hijos de su tiempo" (pág. 236).

Estudia L. G. la importancia del magisterio del padre Bartolomé Pou, jesuíta que al ser

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disuelta la Compañía en 1773 fijó su residencia en Bolonia y mantuvo estrecha relación con los colegiales de San Clemente. Entre estos estaba Miranda. De la estrecha relación maestrodiscípulotrata L. G. en las páginas que siguen. Miranda corresponde con gratitud al afecto de su maestro ocupándose más tarde de su obra (págs. 239-41). Miranda debió volver a España, ya doctor en Cánones, en 1778. A finales de 1779 es nombrado chantre de la catedralde Oviedo. Eue Académico correspondiente de la Academia de la Historia y como tal vive "el momento más importante de su vida". Luis Gil analiza la concepción que de la historiatiene D. de Miranda (pág. 246) y en las páginas 247-249 explica la importancia de la obra de Miranda sobre Marco Aurelio. Estas aportaciones deben ser sin duda de interés para el helenista. Para el no helenista es importante el encuentro y el seguir la peripecia de uno de tantos espíritus preocupados por el tiempo que les tocó vivir, y que en este caso por un azar de la suerte, como dice L. G. pudieron gozar de lo que fue el reinado de Carlos 111 "aquel jardín de Adonis que fue para la nación el reinado de Carlos III" (pág. 249). También D. de Miranda tuvo la ilusión de colaborar y "cooperar al 'adelantamiento' del país cultivando el 'estudio e inteligencia de la lengua griega, como tan necesaria al conocimiento y al progreso de las ciencias' ".

El trabajo sobre Mcléndez Valúes apareció en la Revista Prohemio (5, 1974, págs. 65-74) y en él L. Gil añade una nota nueva a los libros importantes sobre la biografía del poeta español y de su obra (los de E. Alarcos y G. Demerson). Señala L. G. que Meléndez Valdés fue "uno de los escasos españoles que han conjugado la afición alas Antigüedades grecolatinas con un discreto conocimiento del griego" (pág. 25 1). Da a conocer una poesía juvenil de Meléndez que ha pasado desapercibida para la crítica hasta 1974. Para ello tiene que precisar algunos datos y algunos puntos de la vida del poeta - los referentes al periodo que va entre 1767 y el 8 de noviembre de 1772. Es lo que hace en este trabajo discutiendo y puntualizando muchos datos. Creo que este trabajo es de más interés para el helenista que para el estudioso de la literatura; para éste pone de manifiesto la cara de M. Valdés como estudioso de la lengua griega. Es interesante la pregunta de L. G. (pág. 261) "¿No nos hallaremos ante un cenáculo de humanistas con sede en el Trilingüe, con el que hubiese mantenido Meléndez estrechos contactos?". De ser así cree L. G. que tendríamos un capítulo inédito de la vida universitaria de este poeta de la Escuela salmantina que quizá descubriera relaciones con personajes que hasta ahora no "figuran en el censo conocido de amistades de Meléndez Valdés".

La sección cuarta y última del libro está dedicada también a un humanista español que gozó de fama en los cenáculos selectos tanto de España como de fuera de ella aunque el propio personaje, vanidoso y atrabiliario según las afirmaciones de L. G. lo negase. Se trata de Manuel Martí al que se ha referido el autor en otras páginas del libro que reseñamos. A. Mestre se ha ocupado de la figura del deán Martí en su Estudio Ilustración y reforma de la Iglesia. Pensamiento político-religioso dedon Gregorio Mayins y Sisear (¡699-1781), Valencia 1968. Pueden encontrarse más referencias sobre el deán en L. Ontalvilla, El deán Marti Apuntes b io-bibliográficos. Valencia 1899. L. Gil hace brevemente la historia de una amistad: entre el deán y don Gregorio Mayáns que benemérito y de extraordinaria paciencia con el deán, "viejo cascarrabias", se ocupó de editar la obra de éste.

Los primeros que se ocuparon de la obra del deán fueron dos hermanos napolitanos César Lorenzo y Eernando Bolifón. Don Gregorio Mayáns escribió en latín la vida de su maestro y amigo para incluirla en la edición de sus Epistolarum Libri Duodecim (Madrid 1735 y Amsterdam 1783). El deán muere en 1737 de manera que pudo ver publicadas sus

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cartas latinas antes de su muerte. El epistolario castellano entre Mayáns y Sisear y el deán Martí ha sido publicado en 1973 por Antonio Mestre quien no pudo localizar entre los fondos de Mayáns los "Apuntes autobiográficos" de Martí y son estos Apuntes los que presenta L. G. en las págs. 279-313. Unas aclaraciones sobre los Apuntes pueden leerse en la pág. 269 y ss. Como intrahistoria de un quehacer son muy interesantes las noticias que da L. G. en las págs. 270-279.

Asi", de forma tan escueta y a la altura de la reseña no queda casi lugar para decir del placer con que se leen estas páginas, a pesar de su especialización, pues L. G. se ocupa de presentar el carácter difícil e impertinente del deán y la bondadosa paciencia de Mayáns. Es la historia de una pequeña aventura intelectual aunque de grandes consecuencias la de la escritura por Mayáns de la Martini vita. Mayáns se atiene al esquema que le dio el propio deán, lo completa, lo corrige y añade datos propios. Somete la redacción al examen de Martí y acepta las observaciones y enmiendas que éste le hace. Para esta Vita los "Apuntes" son muy importantes.

Estos Apuntes son considerados desde el punto de vista literario como una joya por Luis Gil "tanto más preciosa por la escasez de escritos martinianos en lengua castellana, víctimas en su mayor parte de arrebatos depresivos y de las llamas de Vulcano" (pág. 277). Sencillez, claridad, lenguaje castizo, cultismos serían algunos de sus rasgos más salientes.

Notœ in Theocritum apareció en Cuadernos de Filología clásica (11, 1976, págs. 19-52) y es una colección de 54 anotaciones breves a diversos pasajes de Teócrito, Notoe in Theocritum, hechas por el deán Martí. Según L. G. son anotaciones, hechas al hilo de la lectura, de gran mérito y que ponen de manifiesto "la valía filológica del deán". Las recoge en las páginas

Animadversiones in Homerum apareció en la revista Helmántica (28, 1977, págs. 163-177). ocupa aquí L. G. de un opúsculo integrado por "33 observaciones de carácter propedeutico a la lectura de los poemas homéricos". L. G. cree que debieron ser compuestas por el deán Martí entre 1708 y 1709 y las reúne en las págs. 356-361 del libro. En las páginas anteriores L. G. enmarca el opúsculo.

El último trabajo del libro es la publicación de una carta inédita del deán Martí a don Gregorio Mayáns. Apareció por primera vez este trabajo en Cuadernos de Filología clásica (9, 1976, págs. 26-32). La carta, Una epístola inédita, no ha sido recogida en el Epistolario recientemente publicado por Mestre y por ello la ofrece L. G. en las págs. 365-70 de su libro. Considera que por la fecha de la carta, 27 de septiembre de 1723, debe llevar, respetando la numeración de Mestre, el número 51b. Acompaña la publicación de la carta con una breve introducción y "un puñado de notas".

He intentado en las páginas anteriores más que reseñar el libro dar cuenta de la riqueza de su contenido, consciente de que siempre será escaso lo que pueda decirse al enfrentarse con un libro tan rico de contenido y de tan bien presentada sabiduría. Ni el mucho contenido, ni la densa sabiduría han sido obstáculo para la presentación en una prosa tersa y clara y como dije antes tan bella muchas veces. De otra manera que los humanistas y con otra andadura también contribuye con este libro el autor a corregir si no la barbarie, sí la ignorancia y las muchas carencias que siempre se dan en este nuestro modesto andar por un campo tan vasto.

Copenhague