Revue Romane, Bind 14 (1979) 1

El dinero en el Quijote

por

Federico Latorre

Antes de enviar a don Quijote por los caminos de España en la segunda
salida, el autorl le hace proveerse de viáticos para un largo viaje dejándole
arruinado:

Dio luego don Quijote orden en buscar dineros, y, vendiendo una cosa, y empeñando
otra, y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad. (1,7)

Al concluir la lectura de la novela, el lector puede suponer que, al liquidar tan radicalmente los bienes de don Quijote, el autor no había pensado en una posible reinserción ulterior del personaje en la vida normal de un hidalgo cuerdo o había dado por descartada tal posibilidad y no había contado, desde luego, con que don Quijote fuera a repartir una pequeña fortuna al hacer testamento a la hora de la muerte (11,74). En cambio, al lector le parece evidente que el narrador tenía muy presente la necesidad de hacer verosímil el peregrinaje del héroe por ventas, posadas y mesones. No podía prolongarse indefinidamente la situación del don Quijote de la primera salida desprovisto de recursos, situación que habría llevado a enfrentarlo con los venteros cada vez que hubiese intentado abandonar las ventas sin abonar los gastos de estancia.

La liquidación que don Quijote hace de sus bienes en 1,7 el narrador ha
empezado a prepararla ya mucho antes, en 1,3. Esta preparación le parece



1: En este trabajo diferenciamos entre autor y narrador. El término autor lo empleamos en el sentido que usa Wayne C. Booth: The Rhetoric of Fiction, Chicago 1961, la noción de «implied author». Narrador es para nosotros el artífice de la materia narrada, el organizador de la estructura superficial del relato. El empleo de estas nociones hace superfluo mencionar el nombre de Cervantes en un análisis textual de límites tan reducidos como el presente. Hemos de advertir, por otra parte, que como los personajes son creaturas del autor sin autonomía personal alguna, cuando en este trabajo se lee, por ejemplo, «Sancho se da por contento» o «don Quijote no consigue» no estamos parafraseando el texto, sino empleando un metalenguaje estilizado para evitar la repetición «el autor (o narrador) hace que Sancho se dé por contento», «el autor (o narrador) hace que don Quijote no consiga», etc.

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un recurso tan necesario en su estrategia narrativa, que se la recuerda al
lector en pasajes muy posteriores:

Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el
ventero le había dado. (1,7)

El narrador se está refiriendo a los consejos del ventero que, probablemente, insertó en la redacción definitiva de 1,3 cuando se dio cuenta de la necesidad que tenía don Quijote de disponer de recursos para poder efectuar la segunda salida. Efectivamente, la primera vez que el motivo «dineros» aparece con función sintagmática narrativa da la impresión de haber sido encajado con cierta violencia. Veamos cómo procede el narrador:

El ventero está explicando a don Quijote de qué manera va a armarlo
caballero:

Díjole también que en aquel castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas. (...) que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias, de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudiese ser más en el mundo.(l,3)

Y aquí se interrumpe de repente el motivo «vela de las armas» para pasar al
motivo «dineros»:

Preguntóle si tenía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque... (1,3)

Si se suprime todo este pasaje en el que el ventero expone la necesidad en que se hallan los caballeros andantes de llevar consigo dinero y provisiones (pasaje de unas 350 palabras) y se empalma el anterior con el siguiente en el punto donde se reanuda el motivo «vela de las armas», no se advertirá salto ni interrupción:

...de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudiese ser más
en el mundo.

[pasaje suprimido]

Y así, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la
venta estaba; y recogiéndolas don Quijote... (1,3)

Sin embargo, olvidando más adelante el narrador adaptar la primera redacción a la situación creada por la inserción del motivo «dineros» (el ventero sabe, porque se lo ha dicho don Quijote, que el caballero no trae dineros y se conforma con quedarse sin paga), concluye el capítulo:

El ventero, (...), sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buena hora. (1,3)

El principio del capítulo siguiente es fundamental para entender el acoplamiento
del motivo «dineros» en la versión definitiva:

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La del alba sería cuando don Quijote salió de la venta tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un su escudero... (1,4)

Todo este pasaje es, por una parte, un zurcido o parche narrativo para acomodar la versión primera a la definitiva. El famoso zeugma «la del alba sería» y el aún más violento corte del discurso narrativo que supone el epígrafe del capítulo 6 se destacan siempre que se plantea el tema del origen del Quijote. En cambio, lo que no se ha señalado, que sepamos, en relación con el principio del capítulo 4, es que el narrador, recurriendo a la memoria de don Quijote, enmienda descuidos del capítulo 3, por ejemplo, el ya mencionado olvido del ventero y el que va implícito en el hecho de que, después de ser armado caballero, don Quijote no viese «la hora (...) de verse a caballo y salir buscando las aventuras» (1,3), cuando poco antes había prometido al ventero «hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad» (1,3), a saber, proveerse de viáticos. Puede conjeturarse, dada la escrupulosidad del caballero en cumplir su palabra, que es el narrador y no don Quijote quien olvida la promesa de regresar seguidamente a casa, olvido que el narrador remedia apelando a la buena memoria de don Quijote.

Con estas observaciones no pretendemos insistir en el problema de los descuidos de composición en el Quijote ni entrar en la compleja y debatida cuestión de la génesis de la novela, sino mostrar de qué manera el dinero, como elemento del inventario textual2, se inserta en la narración y configura su estructura. Más que la enmienda en sí de los descuidos de composición, nos interesa por ahora la paulatina preparación de la segunda salida, la motivación del primer regreso de don Quijote a su pueblo y la función que el dinero desempeña en ella. Hemos reducido, pues, nuestra pesquisa a límites muy concretos, fuera de los cuales cae todo aspecto ideológico por muy estrechamente que esté ligado al dinero. Queda así descartada, por ejemplo, toda consideración sobre cuestiones tan debatidas como las oposiciones riqueza/pobreza, honra/virtud y cualquier otra de carácter histórico o económico.



2: Empleamos el término inventario textual en el sentido que da a Répertoire Wolfgang Iser: «Die Wirklichkeit der Fiction», in Rainer Warning: Rezeptionsàsthetik, München 1975, págs. 298-305. Las ideas de Iser nos han descubierto perspectivas para nuestro trabajo.

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No sólo el regreso de don Quijote a su aldea para organizar la segunda salida está motivado por el dinero, sino que, además, la creación de la figura de Sancho tiene su primer origen estructural en la necesidad en que se ve don Quijote de llevar dinero consigo. Efectivamente, en el orden de prioridad establecido por el huésped ya se ha visto que los dineros ocupan el primer lugar seguidos de las camisas; ahora bien, el transporte de las prevenciones incumbe a los escuderos:

...tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos - que eran pocas y raras veces —, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles. (1,3)

Sancho resulta ser, pues, un eslabón necesario en la cadena sintagmática iniciada con el motivo «dineros». Que el narrador es consciente de tal concatenación se advierte en la insistencia que pone en que don Quijote recuerde las recomendaciones del ventero.

Hasta este punto la cadena sintagmática se eslabona de la manera siguiente: «hacerse con dineros» implica el fin de un episodio - primera salida - y tiene como correlato «disponer de dinero»; este nuevo eslabón tiene, a su vez, como correlato «pagar», el cual acarrea la «contratación de un escudero - creación de Sancho y sus atributos: asno, alforjas, etc.; «pagar» abre los caminos (y las ventas) al «andar». Don Quijote resulta así caballero andante sólo cuando puede financiar sus andanzas. «Hacerse con dineros» sería, pues, según el modelo de Roland Barthes («Introduction à l'analyse structurale des récits», Communications 8,1966), una función cardinal ya que «inaugure ou conclut une incertitude».

El dinero, una vez que entra a formar parte del inventario textual del Quijote, desempeña en la novela la función, más bien latente, de resolver la situación que podemos llamar «pago de posada». Un don Quijote y un Sancho que no dispusiesen de dinero se hallarían repetidamente en conflicto con los venteros, de forma que la situación podría resultar monótona o el narrador se vería obligado a soslayarla burlando así la espectación del lector. Sin embargo, con objeto de motivar un episodio cómico, el narrador renuncia en un caso a la solución que le ofrece el dinero haciendo que caballero y escudero se nieguen a abonar el gasto de la movida noche pasada en la venta de Maritornes. La negativa de Sancho, que se basa en principios caballerescos, - parodia de su señor - le cuesta el manteamiento (1,17). La situación «pago de posada» al resolverse en toda la segunda parte de acuerdo con la solución prevista deja de ser conflictiva:

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El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su
liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó muy bien por orden de su señor. (11,26)

Pagó Sancho al ventero magníficamente... (11,52)

El dinero no sólo desempeña en el relato una función sintagmática, sino que, además, establece entre algunos personajes - y esta función es la más importante - relaciones susceptibles de ordenación paradigmática. Anticipamos que el dinero en sí no es, excepto en Sancho, motivo problemático en los personajes de la acción principal (en este estudio prescindimos de las historias intercaladas). En el relato se respeta la norma extratextual según la cual la gente de calidad (nobles e hidalgos) es generosa (Duques, don Quijote) y los plebeyos son interesados. El dinero es motivo que funciona paradigmáticamente sólo cuando es vehículo de relación entre personajes. En esos casos la relación produce un efecto paródico y/o coadyuva a conferir verosimilitud a una situación o a un personaje. Así, cuando don Quijote se deja convencer por el ventero de la necesidad que tienen los caballeros andantes de llevar dinero, la situación es evidentemente paródica; cuando Sancho engaña a su amo en el negocio de los azotes, la situación es también paródica, pero a la vez contribuye a hacer verosímil la fidelidad de Sancho.

El escudero es el personaje de la novela que con más frecuencia entra en relación con otros personajes mediante el dinero y el único al que el dinero lleva a una situación conflictiva. Sin embargo, su relación con el dinero es al principio tan vaga como su personalidad. Al ajustar sus servicios con don Quijote no se mencionan siquiera las palabras dinero o jornal; Sancho se da por contento con la promesa de la ínsula:

Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su
mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. (1,7)

Al pago de los servicios no se alude hasta el desastroso final de la aventura
de los rebaños:

Sancho maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón dejar a su amo y volverse a su
tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la
prometida ínsula. (1,18)

Contra lo que pudiera parecer a la lectura de este pasaje, esta es la primera
vez que se menciona la relación servicio/salario.

Pasando al campo de las conjeturas en torno a la composición de la obra,
podría pensarse que al narrador se le impone la necesidad de ir «des-simplificando»a
Sancho y orientándolo por un camino más pragmático, es

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decir, de hacerlo más verosímil. La prueba es que poco más adelante insiste
en el mismo motivo, sin especificar cifras, pero mencionando por vez
primera la existencia de un testamento:

...y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque él había
dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado
de todo lo tocante a su salario... (1,20)

La situación queda definitivamente aclarada al final de este capítulo:

Las mercedes y beneficios que yo os he prometido llegarán a su tiempo ; y si no llegaren,
el salario a lo menos, no se ha de perder, como ya os he dicho.

De esta forma el narrador empieza a perfilar el carácter pragmático de
Sancho confiriendo credibilidad al personaje y desarrollando paródicamente
el motivo:

- Está bien cuanto vuestra merced dice - dijo Sancho - ; pero querría yo saber, por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir al de los salarios, cuánto ganaba un escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como peones de albañil. (1,20)

En la aventura de Sierra Morena entra Sancho, con aquiescencia de don Quijote, en posesión de la apreciable cantidad de dinero que encuentran en la maleta del que más tarde resultará ser el loco Cardenio. Primeramente el texto dice que «Sancho en un pañuelo halló un buen montoncillo de dinero», y un poco después especifica que los escudos hallados «pasaban de ciento» (1,23). Esta es la primera vez que se menciona una cantidad concreta. Por otra parte, es en este pasaje donde queda establecida inequívocamente la función del dinero en don Quijote, por un lado, y en Sancho, por el otro. El lector sabe ya que la maleta de Cardenio encierra, entre otras cosas, además de los escudos un librillo de memorias en el que hay escritos versos y cartas. Pues bien, ¿cómo se comportan los protagonistas ante el contenido de la maleta?

En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta sin dejar rincón en toda ella (...); tal golosina habían despertado en él los hallados escudos que pasaban de ciento. Y aunque no halló más de lo hallado, dio por bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas, las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda la hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recibida de la entrega del hallazgo. (1,23)

El texto y su irónica retórica hablan por sí solos: don Quijote es totalmente
indiferente al dinero, lo que le interesa es la literatura, sigue inmerso en el
mundo ficticio de la aventura caballeresca. Sancho, en cambio, capitaliza

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sus prestaciones, es decir, está haciendo un negocio que implica el paso de la relación feudal señor/vasallo a la relación económica amo/criado, paso que don Quijote mismo había definido en un pasaje anterior con tristeza resignada:

- No creo yo - respondió don Quijote - que jamás los tales escuderos estuvieron a salario, sino a merced. Y si yo ahora te le he señalado a ti en testamento cerrado que dejé en mi casa, fue por lo que podía suceder; que aún no sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la caballería... (1,20)

Sólo en otra ocasión más (después de la dolorosa aventura del rebuzno) vuelve a instar Sancho a don Quijote a que le asigne un salario fijo. Don Quijote quiere solucionar cuanto antes la impertinente cuestión con la máxima generosidad, pero al darse cuenta de que Sancho en sus paródicas cuentas («Esto en cuanto al salario de mi trabajo, pero en cuanto a satisfacerme a la palabra y promesa (...), sería justo que se me añadiesen otros seis reales, que por todos serían treinta») le está enzarzando en un regateo, reacciona caballerescamente:

-... Ahora digo que quieres que se consuma en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así y tú gustas dello, desde aquí te lo doy y buen provecho te haga; que a trueco de verme sin tan mal escudero, holgárame de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime (...) ¿dónde has visto tú o leído, que ningún escudero de caballero andante se haya puesto con su señor en tanto más cuanto me habéis de dar cada mes porque os sirva? (11,28)

La reprimenda continúa en términos violentos y la cuestión del salario
queda, sin embargo, sin respuesta definitiva.

El que don Quijote no llegue nunca a especificar la cuantía del salario responde, sin duda, a la estrategia del narrador, para el que la ignorancia en que se halla Sancho continuamente respecto de sus haberes es un recurso destinado a realzar la comicidad de la simpleza del escudero desazonado entre la esperanza (ínsula) y la necesidad. Por otra parte, un Sancho instalado «normalmente» en la relación servicio/salario sería incongruente con un Sancho viviendo de la esperanza. Una vez más se le impone al narrador un recurso que funciona en apoyo de la verosimilitud.

Sancho es fiel a don Quijote y sigue a su servicio a pesar del desengaño sufrido en el gobierno de la ínsula, a pesar de la pérdida de la esperanza. La lectura romántica (idealista) explica esta fidelidad por la progresiva locura o quijotización de Sancho, hecho así mito de una ideología. Como mito, al igual que Don Juan, Fausto o Hamlet, la figura de Sancho lleva una vida independiente y «as such, textual analysis cannot touch them as characters of Cervantes' finite novel» (Oscar Mandel, «The Function of thè Norm in

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Don Quixote», Modem Philology, 1958, págs. 154-163). Nuestro análisis pretende mostrar de qué manera el narrador aprovecha el motivo «dineros»para hacer verosímil la fidelidad de Sancho y, por tanto, su carácter, y que no hay nada más lejos de la intención del autor que una quijotización del escudero.

Sancho tiene dineros de don Quijote (los que le entregó al iniciar la segunda salida) que sólo funcionan sintagmáticamente. Los dineros que primeramente inciden en el comportamiento del escudero son los escudos hallados en la maleta de Cardenio. ¿Qué ocurre concretamente con esos escudos? A Sancho no le conviene buscar al propietario porque, de hallarlo, habría de restituirlos:

-... y así, fuera mejor, sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo yo con buena fe, hasta
que, por otra vía menos curiosa y diligente, pareciera su verdadero señor; y quizá fuera
a tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacía franco.

A este casuismo grotesco y de mala fe, socarrón en el fondo, redarguye don
Quijote con casuística inocencia (si hay ironía en ella por parte del autor, el
texto no descubre señal alguna):

- ... estamos obligados a buscarle y volvérselos; y cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha de que él lo sea [dueño de los escudos] nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese. Así que, Sancho amigo, no te dé pena en buscalle, por la que a mí se me quitará si le hallo. (1,23)

Algo más adelante, Sancho cuenta

lo que les aconteciô con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el
hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venla; que maguer que tonto, era un poco
codicioso el mancebo. (1,27)

Es decir, el narrador aprovecha la situación para insistir, pero sin gran fuerza convincente (¿se olvida del casuismo socarrón de 1,23?) en la tontería de Sancho y en un rasgo de su carácter: la codicia. En el resto de la primera parte no vuelven a ser mencionados estos escudos. Y es que el narrador los olvida o no tiene ocasión de aprovecharlos en su estrategia narrativa. Esta segunda explicación nos parece la más convincente sobre todo teniendo en cuenta la enigmática respuesta que Sancho da a una pregunta muy concreta que su mujer le dirige en las últimas páginas de la primera parte:

-... bien habéis sacado de vuestras escuderias? saboyana me traéis a mi?
zapaticos a vuestros hijos?
- No traigo nada de eso - dijo Sancho -, mujer mia, aunque traigo otras cosas de mas
momento y consideraciôn. (1,52)

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Hay que esperar a la segunda parte para que se le aclare al lector qué cosas son éstas de más momento y consideración. Ello ocurre en el capítulo 4, que el narrador dedica a explicar y justificar yerros y descuidos cometidos en la primera, en particular los relacionados con el robo y recuperación del rucio. Pregunta Sansón Carrasco:

- ... ¿pero qué se hicieron los cien escudos? ¿Deshiciéronse?

Respondió Sancho:

- Yo los gasté en pro de mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos, y ellos han sido la
causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado
sirviendo a mi senor don Quijote; que si al cabo de tanto tiempo volviera sin blanca y
sin el jumento a mi casa, negra ventura me esperaba (...), que si los palos que me dieron
en estos viajes se hubieran de pagar a dinero, aunque no se tasaran sino a cuatro
maravedîs cada uno, en otros cien escudos no habïa para pagarme la mitad...
- Yo tendre cuidado - dijo Sansôn Carrasco - de acusar al autor de la historia que si otra
vez la imprime, no se le olvide esto que el buen Sancho ha dicho; que sera realzarla un
buen coto mas de lo que ella se esta. (11,4)

Este pasaje prueba palpablemente hasta qué punto el autor es consciente de lo que quiere hacer con Sancho y qué recursos pone en juego el narrador. Lo que Sansón Carrasco está diciendo es que la historia gana en calidad cuando se le ofrece al lector una explicación verosímil del comportamiento de Sancho, que confirma, por otra parte, la norma social (prejuicio) según la cual el campesino (labrador) es socarrón e interesado. El narrador se ha dado cuenta de la necesidad de destacar este aspecto de la figura de Sancho, y en él insiste particularmente en la segunda parte del Quijote desarrollando el motivo «dineros». Si como necio - pero no quijotesco - Sancho sale de nuevo con don Quijote porque espera llegar a ser gobernador, como cuerdo le mueven otros motivos:

- Mirad Teresa - respondió Sancho -:(...); y yo vuelvo a salir con él porque lo quiere así mi necesidad, junto con la esperanza, que me alegra, de pensar si podré hallar otros cien escudos como los ya gastados, puesto que me entristece el haberme de apartar de ti y de mis hijos. (11,5)

En este momento empieza a descubrirse al lector un proceso artístico del que el autor quizá no fue consciente. El dinero, que en un principio sólo tuvo mera función sintagmática, que fue sólo recurso estratégico de la narración a la vez que operaba con fines paródicos, ahora está configurando una vida en profundidad:

- ... y para volverlos a ver ruego yo a Dios que me saque de pecado mortal, que lo
mesmo será si me saca deste peligroso oficio de escudero, en el cual he incurrido

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segunda vez, cegado y enganado de una boisa con cien ducados que me halle un dîa en el corazôn de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquï, allî, aca no, sino acullâ, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano, y me abrazo con él, y lo llevo a mi casa, y écho censos, y fundo rentas, y vivo como un principe, y el rato que en esto pienso se me hacen faciles y Uevaderos cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien se que tiene mas de loco que de caballero. (11,13)

En este pasaje, uno de los más conmovedores de la novela, Sancho alcanza su humanidad plena, hecha de amor filial, interés y locura razonada. Los cervantistas que ven un Sancho en vías de quijotización no ven, o no quieren ver, que esta locura de Sancho está en el polo opuesto de la de don Quijote: talego de doblones/Dulcinea del Toboso. No sería muy aventurado sostener que éste es el momento en que más estrechamente se han identificado con Sancho la mayoría de los lectores de cualquier época, pues no en vano es el momento de la fetichización del dinero3.

Después de quedar establecida definitivamente la relación de Sancho con el dinero, éste ya sólo opera como instrumento de la ironía y la parodia. Así, aunque Sancho se dirige a tomar posesión del gobierno de la ínsula con ánimo de enriquecerse en el ejercicio de sus funciones, el narrador ni siquiera le ofrece la oportunidad de corromperse. Sancho mismo resume el resultado de su gobernación cuando le sacan de la sima en que cae al ir de camino a encontrarse con don Quijote:

- Ocho días o diez ha (...) que entré a gobernar la ínsula que me dieron (...); ni he tenido
lugar de hacer cohechos, ni de cobrar derechos... (11,55)

El autor no ha querido convertir a Sancho en ladrón, y por ello el narrador
le ha privado de la ocasión de prevaricar, aunque Sancho mismo estaba
dispuesto a ello desde el primer momento:

Hasta agora no he tocado derecho ni llevado cohecho, y no puedo pensar en qué va esto; porque aquí me han dicho que los gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en ella, o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros... (11,51)



3: Salvador de Madariaga: Guía del lector del «Quijote», Buenos Aires3 1943, págs 160—162, comentando este pasaje, que encuentra extraordinariamente expresivo y vivido, dice que lo que verdaderamente Sancho desea «no es riqueza, sino poder». En cambio, August Rüegg: Miguel de Cervantes undsein don Quijote, Bern 1949, se escandaliza de esta visión y afirma : «So redet nur ein ausgemachter Picaro, ein Schelm und Gauner von seinen Familienpflichten, von seinem Beruf und seinem Herrn». La ceguera romántica llega a tal extremo en este cervantista que seguidamente disculpa a Sancho, como si hubiese existido en la realidad: «Aber er denkt im Grunde nicht so. (...) Er kokettiert nur so pikaresk...»

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El lector se halla ante una situación en la que se advierte el juego sutil entre el autor y el narrador. El autor ya hace tiempo que dio forma definitiva al personaje Sancho: por un lado, simple, por el otro, pragmático. En calidad de pragmático y a efectos de credibilidad Sancho va dispuesto a enriquecerse en el ejercicio de sus funciones, como abiertamente confiesa en la carta que envía a su mujer:

De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer
dineros porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo
deseo. (11,36)

Ahora bien, el narrador tiene que encontrar la solución al problema de dar credibilidad al que Sancho crea que ha sido gobernador y a la explicación de cómo no le ha sido posible enriquecerse en esas circunstancias. La solución consiste en aprovechar la simplicidad del escudero, quien no encuentra explicación: «y no puedo pensar en qué va esto». Esta solución es de absoluta credibilidad artística, pues está puesta en boca del personaje mismo en forma de carta dictada, procedimiento paralelo al empleado cuando dos capítulos más atrás comunica a Teresa Panza sus intenciones de enriquecerse en el gobierno. Más adelante, con reacción muy humana, haciendo de la necesidad virtud, se alaba de su forzosa honradez:

-... saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que
he gobernado como un ángel. (11,53)

La desilusión y amargura de Sancho son profundas como en pocas ocasiones, pues no sólo no ha sacado provecho material del gobierno, sino que ha sufrido toda suerte de sustos y violencias y, sobre todo, ha pasado mucha hambre:

- Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado (...) a conocer que no se le da nada por ser gobernador (...) Y me paso al servicio de mi señor don Quijote; que, en fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hartóme a lo menos; y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias que de perdices. (11,55)

¿Habiendo perdido toda esperanza de medro iba Sancho a seguir al servicio de su amo sólo por hartar el hambre? La explicación misma de Sancho está de acuerdo con un rasgo de su carácter, la glotonería; pero, a la larga, no basta para satisfacer su pragmatismo y, por tanto, su credibilidad. Entonces,¿qué ocurre? Pues que al dejar a los duques recibe de su parte «un bolsico con doscientos escudos de oro». (11,57) Con esta solución entra en juego de nuevo - y esperamos no especular - la dicotomía autor-narrador. Así, a la pregunta de por qué los duques entregan a Sancho esa cantidad (en

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el texto no se da explicación alguna), pueden darse al menos tres respuestas. La primera es que estos escudos implican el reconocimiento de la norma social según la cual el noble es generoso. En este caso el texto es irrelevante para la acción principal. Otra lectura podría ver en estos escudos un indicio de compasión de los duques. Pero en los duques no hay compasión; lo dice el narrador expresamente:

No quedaron arrepentidos los duques de la burla hecha a Sancho Panza del gobierno
que le dieron. (11,56)

Una tercera lectura puede descubrir la necesidad en que se encuentra el narrador de confirmar de nuevo la credibilidad de Sancho y reforzar la identificación del lector con el escudero si el lector recuerda las explicaciones (ya citadas más arriba) que Sancho da en 11,4 a su mujer en justificación de la nueva salida: «la esperanza (...) de pensar si podré hallar otros cien escudos como los ya gastados». La esperanza se cumple, pues, y, además, de forma gratuita, como en el episodio en que encontró los ya gastados escudos de Cardenio el loco.

Parece que esta gratuidad con la que Sancho se hace con dinero es una ley del relato. Dos ocasiones se le ofrecen al escudero de obtener dinero mediante su intervención directa; la primera durante el episodio de Ricote el morisco; la segunda, con el desencanto de Dulcinea. En la primera se niega a intervenir; en la segunda, los resultados son equívocos (como veremos más adelante).

Ricote el morisco, antiguo vecino de Sancho y tendero de su pueblo, regresa a España disfrazado de peregrino para recuperar un tesoro que había dejado escondido cuando tuvo que abandonar el país obedeciendo a los decretos de expulsión. De camino encuentra a Sancho, que acaba de abandonar el gobierno de la ínsula, se da a conocer, le cuenta su historia y acaba ofreciendo al escudero doscientos escudos si le ayuda a desenterrar el tesoro. Sancho declina la oferta «por parecerme que haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos» y «porque yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño.» (11,54) En este pasaje el análisis textual topa con un límite. Las explicaciones de Sancho, tan abstractas y morales, están contradiciendo su pragmatismo. Por otra parte, falta el comentario del narrador, tan frecuente incluso sobre pasajes transparentes para cualquier lector. Se trata, pues, de un «pasaje oscuro» que el historiador tratará de aclarar (interpretar) con el instrumental a su disposición. Es lo que hace Américo Castro en Cervantes y los casticismos españoles, (Madrid 1966, págs. 13-32), donde estudia los pasajes del Quijote relacionados con la

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cuestión de los viejos y nuevos cristianos llegando a conclusiones de orden biográfico: Cervantes se muestra cauto y equívoco en esa materia por ser él mismo descendiente de conversos. El lector ingenuo de siglos posteriores leerá el pasaje del tesoro de Ricote con la misma distancia estética con que lea cualquier otro y descubrirá en Sancho nuevos rasgos «idealizadores»: subdito ejemplar, modelo de honradez, etc. Los contemporáneos de Cervantes,en cambio, habrán leído el mismo pasaje descubriendo una llamada o un guiño del autor.

Don Quijote va de retirada y vencido a su aldea sin haber conseguido que Sancho se haya dado más de cinco azotes de los «tres mil y trescientos y tantos» que ha de darse para desencantar a Dulcinea. Entendiendo las indirectas de la charla de su escudero, apela a un último recurso:

- De mí te sé decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena; pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. (...) Mira Sancho el que quieres, y azótate luego, y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos. (11,61)

Sancho entra en el negocio ajustando la azotaina en cuartillo por azote, lo que hace un total de 825 reales. Don Quijote, agradecido y entusiasmado, le añade otros cien reales. Apenas se ha dado el escudero seis u ocho, exige a don Quijote doble precio. El caballero accede, naturalmente, pero Sancho en vez de azotarse golpea a las encinas. Entre el pragmatismo de Sancho y la locura de don Quijote nunca se ha alcanzado tal distancia como ahora. Nunca Sancho había engañado a don Quijote tan fríamente como ahora. Así, la parodia del mundo caballeresco alcanza uno de los momentos de máxima comicidad, precisamente cuando tiene como resorte el dinero. Y frente al dinero Sancho pierde toda sombra de quijotización. Con el motivo «dineros» se cierra, por otra parte, el círculo paródico de la novela. El episodio que nos ocupa es el último de las andanzas de don Quijote en calidad de caballero andante, el cual empezó a serlo narrativamente desde el momento que dispuso de dinero para «andar» verosímilmente de venta en venta por los caminos de España. Entonces don Quijote tuvo que ceder ante una necesidad de orden pragmático que no afectaba a su ideal caballeresco, pues al fin y al cabo había descargado en Sancho los problemas de la intendencia. Ahora al final, en cambio, ya derrotado, claudica ante la praxis, y esta claudicación constituye, sin embargo, su máxima locura, pues significa el intento de vencer los poderes sobrenaturales por medio de una transacción comercial: ¡desencantar a Dulcinea por 1750 reales!

Por otro lado, en cambio, esta transacción comercial significa la victoria

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del pragmatismo de Sancho y la confirmación de su credibilidad. Sancho
torna a su aldea, a los suyos, con la compensación material que justifica sus
andanzas en busca del pan de los pobres:

- Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria y sin dano de nadie. - Traed vos dineros, mi buen marido - dijo Teresa -, y sean ganados por aquî o por alli; que como quiera que los hayâis ganado, no habréis hecho usanza nueva en el mundo. (11,73)

Federico Latorre

Sarrebruck

Resumen

Al armar caballero a Don Quijote, el ventero le convence de que vuelva a casa a proveerse de dinero, camisas, ungüento, etc., viáticos sin los que le será imposible peregrinar por caminos y ventas, y de cuya administración ha de encargarse un escudero. Ya está, pues, narrativamente justificada la creación de Sancho. Al mismo tiempo el dinero empieza a funcionar como elemento de los mecanismos paródicos y cómicos de la novela y como pilar de la verosimilitud del viaje por una geografía real y de la verosimilitud de Sancho, sirviente a sueldo.